14 DE JULIO DEL 2010..CRUZ ALTA..CORDOBA... La escena descripta por los testigos permitía conjeturar que se trataba de un suicidio y así lo consideró también el primer fiscal del caso, Carlos Viramonte, quien ordenó tratar el caso como una “muerte de etiología dudosa”.
Aquella mañana, junto a la gruta de la Virgencita, a orillas del río Carcarañá, estaba el cuerpo sin vida de Memeca, una mujer de 69 años muy conocida de la zona. La señora (su nombre real era Eugenia Teresa Piveta) tenía un disparo en la cabeza. A los pocos metros estaba su bicicleta, un saco, una cartera, una pistola y (el primer dato confuso) dos vainas servidas.
Todavía no habían terminado de tomar las fotos en la escena del crimen, cuando empezaron a llegar los curiosos. Uno de ellos se presentó com un “amigo de Memeca”, un hombre de 44 años llamado Fabián Alberto Corino. Esa persona fue la que contó: “Memeca estaba deprimida”.
Aunque el fiscal del caso insistía en tratar el hecho como “muerte dudosa”, a los policías de la Departamental les pareció que la cosa estaba bastante menos clara. Por eso siguieron preguntando. Una de las cosas que llamaba la atención era que el cuerpo tenía a la altura de la cintura, debajo del pantalón, un cinto de cuero muy ajustado al cuerpo.
Las esperanzas de los que estaban en contra de la teoría del suicidio estaban puestas en la autopsia, pero cuando se conocieron los resultados, el perito confirmó que era un suicidio.
Para los policías que habían visto el cadáver ese informe era absurdo y así se lo plantearon a sus jefes: “Si se quería suicidar porqué en lugar de ponerse la pistola en la sien, optó por apoyarla detrás de la oreja”, pero en la Justicia no les prestaban demasiada atención.
Había vendido todo. Así fue que, a regañadientes, el fiscal Viramonte aceptó que los efectivos siguieran indagando. Entonces, los policías llegaron a un dato importante. En los últimos tiempos, Memeca había hecho dos operaciones comerciales.
Había acordado dos boletos de compra venta de las únicas dos propiedades que tenía con una sola persona como beneficiario: su “amigo” Fabián Alberto Corino, el que había dicho que ella estaba deprimida.
Otro dato fuerte surgió más tarde: el amigo de Memeca estaba cerca de concretar la venta de una de las propiedades de Memeca a una tercera persona.
Hubo todavía más. La Policía encontró manchas “extrañas” en la camioneta de Corino y le pidió al fiscal que la secuestrara. El vehículo (que el hombre había llevado a lavar a un comercio especializado apenas horas después del hallazgo del cadáver) fue sometido a pericias y resultó que las manchas eran de sangre.
Resulta increíble, pero pese a eso el fiscal Viramonte ordenó que la camioneta (que podría haber contenido una prueba clave) fuera repuesta a su dueño. Al parecer, las pruebas no terminaban de convencerlo.
La captura. Finalmente la investigación que estaba estancada tomó fuerzas en las últimas horas gracias a una serie de eventos que podrían ser llamados “afortunados”.
Primero llegó a Cruz Alta un investigador de la Policía Judicial con una larga trayectoria en la División Homicidios. Ese detective coincidió con la hipótesis de los policías y se las planteó a la Justicia. Dio la casualidad de que cuando esto ocurrió, quien estaba a cargo de la fiscalía no era Viramonte, quien pidió licencia por unos días, sino otro fiscal: Gustavo Zuchiatti, de los Tribunales de Marcos Juárez.
Precisamente Zuchiatti fue quien ordenó la captura de Corino. Lo hizo después que surgieran los testimonios de vecinos de Corinto que escucharon tiros en la casa del “amigo de Memeca” en la mañana previa al hallazgo del cuerpo de la mujer. De hecho, los investigadores creen que ese cinturón que tenía la mujer rodeando su cuerpo puede haber sido utilizado para trasladar el cadáver hasta la camioneta.
La imputación contra Fabián Alberto Corino es de homicidio simple agravado por el uso de arma de fuego. El hombre tiene antecedentes y una condena previa como pirata del asfalto.
. La escena descripta por los testigos permitía conjeturar que se trataba de un suicidio y así lo consideró también el primer fiscal del caso, Carlos Viramonte, quien ordenó tratar el caso como una “muerte de etiología dudosa”.
Aquella mañana, junto a la gruta de la Virgencita, a orillas del río Carcarañá, estaba el cuerpo sin vida de Memeca, una mujer de 69 años muy conocida de la zona. La señora (su nombre real era Eugenia Teresa Piveta) tenía un disparo en la cabeza. A los pocos metros estaba su bicicleta, un saco, una cartera, una pistola y (el primer dato confuso) dos vainas servidas.
Todavía no habían terminado de tomar las fotos en la escena del crimen, cuando empezaron a llegar los curiosos. Uno de ellos se presentó com un “amigo de Memeca”, un hombre de 44 años llamado Fabián Alberto Corino. Esa persona fue la que contó: “Memeca estaba deprimida”.
Aunque el fiscal del caso insistía en tratar el hecho como “muerte dudosa”, a los policías de la Departamental les pareció que la cosa estaba bastante menos clara. Por eso siguieron preguntando. Una de las cosas que llamaba la atención era que el cuerpo tenía a la altura de la cintura, debajo del pantalón, un cinto de cuero muy ajustado al cuerpo.
Las esperanzas de los que estaban en contra de la teoría del suicidio estaban puestas en la autopsia, pero cuando se conocieron los resultados, el perito confirmó que era un suicidio.
Para los policías que habían visto el cadáver ese informe era absurdo y así se lo plantearon a sus jefes: “Si se quería suicidar porqué en lugar de ponerse la pistola en la sien, optó por apoyarla detrás de la oreja”, pero en la Justicia no les prestaban demasiada atención.
Había vendido todo. Así fue que, a regañadientes, el fiscal Viramonte aceptó que los efectivos siguieran indagando. Entonces, los policías llegaron a un dato importante. En los últimos tiempos, Memeca había hecho dos operaciones comerciales.
Había acordado dos boletos de compra venta de las únicas dos propiedades que tenía con una sola persona como beneficiario: su “amigo” Fabián Alberto Corino, el que había dicho que ella estaba deprimida.
Otro dato fuerte surgió más tarde: el amigo de Memeca estaba cerca de concretar la venta de una de las propiedades de Memeca a una tercera persona.
Hubo todavía más. La Policía encontró manchas “extrañas” en la camioneta de Corino y le pidió al fiscal que la secuestrara. El vehículo (que el hombre había llevado a lavar a un comercio especializado apenas horas después del hallazgo del cadáver) fue sometido a pericias y resultó que las manchas eran de sangre.
Resulta increíble, pero pese a eso el fiscal Viramonte ordenó que la camioneta (que podría haber contenido una prueba clave) fuera repuesta a su dueño. Al parecer, las pruebas no terminaban de convencerlo.
La captura. Finalmente la investigación que estaba estancada tomó fuerzas en las últimas horas gracias a una serie de eventos que podrían ser llamados “afortunados”.
Primero llegó a Cruz Alta un investigador de la Policía Judicial con una larga trayectoria en la División Homicidios. Ese detective coincidió con la hipótesis de los policías y se las planteó a la Justicia. Dio la casualidad de que cuando esto ocurrió, quien estaba a cargo de la fiscalía no era Viramonte, quien pidió licencia por unos días, sino otro fiscal: Gustavo Zuchiatti, de los Tribunales de Marcos Juárez.
Precisamente Zuchiatti fue quien ordenó la captura de Corino. Lo hizo después que surgieran los testimonios de vecinos de Corinto que escucharon tiros en la casa del “amigo de Memeca” en la mañana previa al hallazgo del cuerpo de la mujer. De hecho, los investigadores creen que ese cinturón que tenía la mujer rodeando su cuerpo puede haber sido utilizado para trasladar el cadáver hasta la camioneta.
La imputación contra Fabián Alberto Corino es de homicidio simple agravado por el uso de arma de fuego. El hombre tiene antecedentes y una condena previa como pirata del asfalto.
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